Cuentan que en los días del Inti Raymi cuando todos estaban de fiesta, aquella noche de luna, un hombre viudo, triste y solitario, luego de haber atendido con comida y chicha a los bailadores que habían llegado a visitarle en su casa, como es la costumbre, se disponía a dormir. Había empezado a dormitar cuando de súbito escuchó el clamor del baile en el patio. Las flautas traversas sonaban con melodías guerreras, el zapateo enérgico y las voces airadas de animación complementaban el ritmo del baile.
Creyó que había llegado otro grupo de bailadores. Se levantó dispuesto a ofrecer comida y chicha festiva, pero se extrañó porque los danzantes no habían entrado directamente al interior de la casa sino que estaban bailando solamente en el patio. Se detuvo antes de salir afuera. Algo anormal estaba sucediendo: el zapateo de los bailadores hacía temblar el suelo, la música de las flautas parecía salir de todas partes y las voces de animación del baile se escuchaban como truenos. Antes de salir al patio miró hacia fuera por una abertura de la puerta, y contempló que quienes bailaban de esa manera descomunal eran unos seres de forma humana que tenían dos caras en la misma cabeza (uno adelante y otro detrás), tenían grandes orejas y narices, sus cabellos eran muy desorganizados, como si estuvieran "parados". Algunos tenían en sus manos bastones, otros llevaban consigo churu-s o ushumpi-s y algunos tocaban la flauta con gran maestría.
Al fijarse en los pies notó que tenían una especie como de pelaje y los dedos de los pies estaban detrás y los talones para adelante. La aparición duró pocos instantes, y con la misma rapidez con que habían llegado desaparecieron dentro del maizal y al momento todo quedó en silencio como antes. Por las características de los excepcionales bailadores, y más que todo, porque todos ellos tenían los talones de los pies para adelante, el hombre comprendió que los que habían llegado a su casa eran los AYA de los que había oído hablar a sus mayores. Quedó tan impresionado con la extraña aparición que decidió confeccionarse una vestimenta igual. Tratando de recordar cada detalle confeccionó una máscara de doble cara y empezó a bailar como "AYA" en cada Inti Raymi.
Cuentan que nunca se agotaba de los incansables bailes de días y noches seguidos, guiaba y animaba a los demás en todo momento. Nunca sufrió ningún accidente o caída, nunca fue derrotado en ninguna pelea, era el primero en entrar a la lucha y el último en correr en caso de que los suyos fueran vencidos. Cuando bailaba sus pies no tocaban el suelo y muchas veces dormía entre las espinas de los bordes de los barrancos sin sufrir ningún daño. Acostumbraba bañarse y dormir en estos días festivos junto a las cascadas, vertientes, lagos y lugares ceremoniales.
Cada año este hombre demostraba su fuerza y resistencia, por lo que toda la comunidad le respetaba y apreciaba. Un día, desapareció de la comunidad. Los mayores dicen que fue llevado por los AYA a quienes tanto trató de imitar. Cuentan que este hombre aún vive en los lugares bravos de la pacha-mama ayudando con la fuerza de los AYA a fortalecer los cuerpos y espíritus de quienes lo soliciten".
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